lunes, 23 de julio de 2012

Maternidad

A mis amigas Lucie Q y  María V 

-Hola, me dijo apresuradamente arreglándose la falda de volantes con un dibujo estampado algo psicodélico. .-Soy la maternidad.
- ¿A qué piso va?, dije distraída o queriendo parecerlo.
-Al sexto.
-Ah, pues vamos al mismo. Dije mientras la sangre comenzaba a fluir a borbotones por mi cerebro. Palidecí.
Pulsé el botón que ponía claramente el número 6 después de que mi dedo coqueteó durante varios segundos con el que no pone ningún número sino el dibujo de una campana en un fondo amarillo o naranja que todo el mundo sabe que sustituye la palabra ALARMA.
Estaba poco acostumbrada a usar ese aparato que me parecía antinatural. Que bien poder subir escaleras. Se te pondrán unas piernas lindas, me dijo una vez mi madre cuando compré el piso aún sin ascensor, y yo practicaba el sube y baja cada día en honor a ella y a las piernas femeninas.      
El ascensor emprendió su marcha con un relinchillo y un corto temblor. "No me dejaré amedrentar por esta vieja que se viste como jovencita hippie y mucho menos por este vehículo demoniaco", pensé aferrada a la última palabra como quien retara a Satanás rezando un padrenuestro.      
Hubiera querido subir por las escaleras pero últimamente iba tan cansada y soñolienta, que contuve la respiración y entre allí, en el claustrofóbico ascensor, para subir cuanto antes y poder dormir una siesta que cada día se prolongaba media hora más.
Baje la cabeza. Le miré los pies a la vieja y vi que no llevaba zapatos. "Que barbaridad" balbuceé. "No deberían permitir a la gente ir descalza, esta loca se ha colado en el edificio", me aseguré y me escandalicé con la rapidez de mi pensamiento, que concluyó en una milésima de segundo que: Hoy en día alguien que va descalzo es alguien que está descaradamente loco.
Sin embargo, me mantuve firme en mi dictamen intuitivo, respiré hondo y decidí mirarla a la cara, pero la frondosidad de su cabello estilo afro no me permitió ver claramente su perfil. Intente moverme hacia delante pero el ascensor me abalanzó de costado parándose en seco y dando fin a esa pesadilla en movimiento.
Cuando se abrieron las puertas ella salió primero, yo salí detrás y recogí del suelo un objeto que se había deslizado de su enorme bolso de ropavejera. El objeto hizo cric cuando lo alcancé. Me dio asco tocarlo.
-Señora, se le ha caído esto. Exclamé mientras lo sostenía en la mano. Mis dedos sin querer lo palparon bien; era el clásico patito de goma que habita en las bañeras infantiles. Arbitrariamente el patito volvió a gruñir cric.
La mujer no se giró. Atravesó el rellano enmoquetado con sus pies descalzos y se detuvo en la tercera puerta. Apretó el timbre suavemente. En ese momento me pareció estar sosteniendo una bomba de relojería a punto de estallar en mi mano sudorosa.

2 comentarios:

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  2. Bravo MARCELA rien n´a dire chapeau , En lisant cette histoire j´avais envie plus en plus de lire tes mots …

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