martes, 10 de julio de 2012

Caldo de pichón







Tigre viejo, sabio y fuerte,

que a muchos asnos dio muerte

y se murió como en broma,

para más de un jumento

clámase con sentimiento.

-¡Murió como una paloma!

De Fabulilla,

De Luis Carlos López, poeta cartagenero



Adela salía de dar clase en el colegio de monjas a las 12 en punto. Iba caminando bajo el sol picante de mediodía y una humedad pegajosa de la Barranquilla de los años 60, buscando la sombra inexistente en el camino a la casa del barrio Las Delicias, para dejarle el almuerzo listo a Santiago, su marido, quien permanecía desde hacía 4 días encerrado en la habitación.

Desde que Santiago, como todos los funcionarios vinculados con el Partido Liberal, fue destituido de su cargo como director de la oficina general de correos de Barranquilla, después de la victoria de los conservadores, se había encerrado en su cuarto y se había dedicado por entero a sus libros. Esas máximas aún las conserva mi tío Ramiro: el Badavaghita, la biografía de Cristo y de Buda de Giovanni Papini y las Vidas paralelas de Plutarco, su favorita era la de Julio Cesar, la de mi tío es la de Cristo y la mía la de Alejandro Magno.

Sus dos grandes amigos de Cartagena habían venido a verlo meses antes con el ánimo de animarlo pero Martelito, y el Tuerto López, ambos poetas, y de lo mejor que ha dado el Caribe Colombiano en el siglo XX, no hicieron más que avivar ese gran dolor que Santiago llevaba en su pecho: su militancia política, iniciada años antes de cuando los conservadores tomaron el poder y las luchas entre los dos bandos se constituyeran en el sangriento prólogo de la lucha armada en Colombia.

A Adela la invadió el miedo de pensar que él ya no estuviera en la habitación, que realmente se hubiera desmayado de hambre, como se había propuesto, o peor que eso, que se hubiera ido a la infame cantina de la calle 41 a beber mientras gastaba los pocos centavos poniendo los discos de Daniel Santos en una gramola, sobre todo aquel que dice: cuatro puertas hay abiertas para el que no tiene dinero, el hospital y la cárcel, la iglesia y el cementerio.

Adela contuvo sus nervios y dio dos golpes en la puerta de la habitación, repitiendo las mismas cinco palabras que había dicho en los últimos tres días y a la misma hora:, -mijo, tienes que comer algo. A lo que Santiago detrás de la puerta y con un hilo de voz respondió: -Te dije que no voy a comer más. Quiero morir como los griegos.      

            Poco convencida de este argumento que incitaba a la anorexia y no a la levedad del ser como Santiago aseguraba, se fue a la cocina, preparó su almuerzo y con la gran intuición indígena que la caracteriza, llamó por la paredilla a su vecina, la comadre Jovita, y le dijo: -Doña Jovita, ¿usted me puede conseguir unos pichones para mañana?, a lo que respondió una  voz de mujer mulata y cincuentona, -Claro, señora Ade, yo mando a uno de los muchachos esta tarde para el corral que tenemos en Soledad y se los traigo bien gorditos-.

A la mañana siguiente, a eso de las 5:00 h, escuchó entre sueños unos gemidos de la habitación de al lado y abrió rápidamente la puerta. -¿Qué te pasa mijo? ¿Las parcas no han venido por ti todavía? -Santiago esbozó una sonrisa que parecía una mueca famélica y le dijo, haciendo un gesto de resignación: ¡Al carajo los griegos!, ¡dame algo de comer que tengo hambre!


Esas palabras le sonaron a salvación divina a Adela, pues querían decir que su marido quería seguir viviendo, así que solemnemente cogió los pichones por la patas, les torció el pescuezo, los desplumó y comenzó a preparar el alimento que le devolvía a mi abuelo la vida y a ella la esperanza de que algún día él recobraría su trabajo, la paz interior, las ganas de vivir y pudieran llegar a vivir todos juntos en armonía.

Aunque nada de esto último sucedió puesto que mi abuela pese a su férrea voluntad y su inquebrantable amor de madre no pudo llegar a mantener a su familia unida, aún a sus 96 años se acordaba perfectamente de esta anécdota y de la receta del caldo de pichón.

Ella misma me la dio al teléfono, una tarde (mañana en Colombia) cuando la llamé con la tarjeta platicard:


Caldo de pichón

Ingredientes

2 pichones enteros,
1/2 kilo de patatas
3 tazas de fideos
3 tomates cortados en trocitos
2 dientes de ajo picados finos
3 cebollas rojas picadas finas
½ litro de caldo de pollo
2 cucharadas de mantequilla
1 guindilla
Sal y pimienta al gusto


Preparación
Se despresan los pichones, se les pone sal, pimienta y ajo. Se les deja una rato para que cojan el gusto y en una cacerola se pone a calentar mantequilla, se agrega la cebolla, el tomate, un poco más de pimienta. Cuando esté el sofrito se agrega el pollo los y 1 taza de caldo de pollo. Se pone a fuego lento hasta que el pollo este cocido.  Se añadan las patatas y los fideos, el resto del agua y se deja cocer todo.

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