lunes, 16 de julio de 2012

Las dos fundaciones de Nápoles

Nápoles, tierra de sirenas
Neapolis,  que en griego quiere decir ciudad nueva, es sin duda una de mis ciudades preferidas, entre otras cosas porque en sus calles uno se siente como en un lugar trasladado de Europa, inconexo, con raíces esotéricas propias que a mi me envolvieron desde la primera vez que me bajé del taxi en Vía Toledo.
De hecho, una de esas edificaciones más notables y visitadas es el  Castel de l’ Uovo. Una edificación de estilo normando que parece mecida por las olas del mar.  Una impresionante vista del golfo de Nápoles me recuerda que hay existen dos leyendas que se funden allí y ambas tienen que ver con el origen de Partenopea, nombre antiguo de Nápoles.
Se dice que cuando Ulises volvía de Troya rumbo a Itaca escuchó la dulce voz de las sirenas cerca del golfo de Nápoles pero gracias a los consejos de Circe decidió tapar con cera las orejas de los marineros y hacerse atar con una cuerda al mástil. Ha dado tanto de que hablar esa imagen mitológica, tantas ilustraciones, pinturas, películas, poesías y canciones  han recreado esa tentación del viaje de de vuelta de Ulises, pero poco a nada se supo del futuro de las sirenas.
      Al ser vistas por un ser humano, en este caso, Ulises, y mas aún si éste había osado en oir su dulce canto, el destino de las sirenas fue terrible. Una de ellas, Parténope tenía la voz más cálida y profunda pero  también  su vida se fue diluyendo poco a poco, de forma sincopada, como la corriente que la acercaba a la bahía donde fue enterrada. Allí en una cueva junto con el ejercito de algas que la acompañaban, Parténope lucía su majestuosa y salina belleza ante la atónita mirada de unos mercaderes que curioseaban. 
Otros autores  afirman que se trataba de una dondella griega que habiendo hecho el voto de castidad, se enamoró de un joven que la indujo a huir juntos de su tierra natal y después de una larga travesía llegaron a esta bahía y allí se quedaron. Se dice también que esta Parténope fue madre de muchos hijos, y que durante su larga vida, junto con su marido vio llegar forasteros  venidos de diversos lugares del Mediterráneo a quienes ellos mismos acogían.  En todo caso, sirena mitológica o doncella griega, Parténope murió en esa playa y su sepulcro es el inicio de una ciudad nueva.

Castel de l’Uovo
El Castillo del huevo no tiene relación con los huevos fritos en la solfatara, más bien, en esta segunda fundación de Nápoles debo resaltar su valor como símbolo de la purificación, del renacimiento pero también de la vida efímera, así como su relación intrínseca con la magia que envuelve la ciudad.
Era una de esas noches de verano en que el sol decididamente quería acompañarme. Me había sentado en una pequeña terraza cerca del Borgho Marinaro, y estaba probando unos deliciosos espaguetis alla luciana en frente de un lugar llamado “Il Tabachaio”, una puerta de madera roída, donde se adivinaba un dibujo de lo que en otra época fue un zapato masculino, mientras mi buen amigo Vincenzo me explicaba que estos espaguettis debían su nombre a  los “Luciani” o  habitantes del más antiguo barrio marinero de Nápoles. Ellos son unos  expertos pescadores y  cocinan el pulpo  de una forma muy singular.
Después de ese banquete marinero, mi vista pasó a perderse en el  castillo  y de nuevo recordé a Virgilio. Pero esta vez no me vino a la mente  el poeta de la Enéida ni mi enciclopedia, sino el libro de Matilde Serao, escritora, cronista y fabuladora de su ciudad natal que cuenta varias anécdotas iniciáticas de Virgilio. Una, cuando Nápoles fue invadida por una peste de moscas y él mismo fabricó una “mosca de oro” que las espantó a todas fuera de la ciudad. Otra, cuando se habla de una terrible serpiente que había mordido a varios niños de Pendino y que gracias a una fórmula mágica, no tardó en desaparecer.
Conocidos y legendarios son sus paseos por los Campi feglei, por Mergellina, pero la más alegórica sin duda es cuando llevó un huevo como presente al Duque de Nápoles, quien le enseñaba su nuevo y reformado castillo en frente del mar.
Ante el desconcierto del Duque por tan curioso regalo, Virgilio explicó con voz parca y un leve acento mantuano (o por lo menos yo me lo imagino así en mi cabeza) : “En esta  pequeña jaula de vidrio se encentra el futuro de Nápoles. Si se busca un lugar subterráneo y equilibrado para este huevo, buenos tiempos y afortunado futuro le depara a la ciudad, si por lo contrario se descuidara su base y por tanto fallara su estabilidad, tiempos de miseria, pestes y catástrofes se avecinan para los napolitanos”.
Imagino también que aquel duque, no dudó un segundo en dar dos agudos toques de una campana de metal que tendría en su salón y en cuanto llegara su más allegado sirviente, le pediría llamar al mejor herrero de Mergelina para que forjara esa misma noche una caja en hierro para poder insertar la jarra de vidrio y con ella el valioso pero frágil presente.

Desde entonces, invención o no, se cuenta que el futuro de Nápoles está a buen resguardo en una  minúscula fosa del castillo. Todos los que por allí pasaron y gobernaron, entre ellos Rugero Il  Normando, la reina Juana, Carlo I de Anjou, Alfonso de Aragon, entre otros, sólo se atrevieron a cambiar y transformar el aspecto de sus torreones y muros; en lo que concierne al huevo, cada uno de ellos se encargó de guardar el secreto de su ubicación y equilibrio subterráneo, manteniendo así el buen presagio para su gente.              

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